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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Políticas opuestas

Mientras Washington remonta la recesión y deja los estímulos, Europa insiste en la austeridad

Con sumo tacto, para no alarmar a los mercados, la Reserva Federal (Fed) acaba de anunciar que pone fin al programa masivo de compra de activos financieros y préstamos hipotecarios, porque, en su opinión —avalada por los hechos— la economía estadounidense ha entrado en una etapa de expansión moderada y de relativamente sólida creación de empleo. Pocas horas después, se confirmaba que la tasa anualizada de crecimiento en el tercer trimestre fue del 3,5%, inferior al 4,6% registrado en el segundo, pero superior al 3,1% que esperaban los analistas. Janet Yellen sabe muy bien que persisten incertidumbres (inflación con tendencia a la baja, mercado hipotecario casi estancado) y por eso mantendrá el coste del dinero en el 0% durante un largo periodo... que puede acabar a mediados de 2015.

La retirada de los estímulos es un cambio de largo alcance que tendrá consecuencias para la economía mundial. EE UU ha inyectado en su economía más de 4 billones de dólares durante los últimos seis años, con pocos efectos secundarios sobre la inflación y sin que los responsables de la Reserva se hayan dejado llevar por temores a las burbujas en algunos mercados sensibles. Los estímulos que ahora desaparecen han contribuido a elevar la tasa de crecimiento y de empleo —aunque no en la medida prevista— y han causado efectos colaterales para los mercados internacionales, que ahora tendrán que corregir sus estrategias. A efectos de la corrección de la crisis, lo que importa es que Ben Bernanke vio claro desde 2008 que era necesario practicar una política expansiva (prácticamente sin límites) para combatir la recesión (menos crecimiento, más paro) y la amenaza deflacionista.

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Mientras Washington cierra el ciclo de expansión monetaria con resultados moderadamente satisfactorios (aunque la economía no ha alcanzado todavía su crecimiento potencial y los salarios están estancados), la eurozona ni siquiera ha iniciado el suyo. Cierto que el euro parte con notables desventajas: no es un sólo país, carece de Tesoro y sus políticas económicas nacionales son erráticas o contradictorias. Pero no excusan la ausencia de debate en torno a la política monetaria y fiscal y la eterna coartada de “la burocracia” para demorar decisiones que deberían haberse tomado hace años. EE UU ha recorrido una parte del camino hacia la recuperación (la cuestión es cuándo será el momento oportuno para declarar una subida de tipos); el euro ignora cuál será el siguiente paso.

Es una política que ni siquiera ofrece expectativas a los mercados y tiene costes elevados para toda Europa, incluida Alemania. En España, la factura empieza a pagarse: la tasa intertrimestral de crecimiento en el tercer trimestre fue del 0,5%, una décima menos que en el segundo. Es el primer indicio de ralentización; es posible que aparezcan más en el cuarto trimestre. Las expectativas a corto plazo ya no son tan optimistas. Y la baja inflación (-0,1% en octubre) complica incluso la capacidad de devolución de la deuda.

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